Una vez más, el Clásico no defraudó. El mejor espectáculo deportivo que se puede ver en el mundo tuvo todo lo que se le puede pedir. Sobre el verde del Bernabéu se vivió un bello caos que se zanjó con un equipo que tiene al mejor jugador del mundo. Finalmente, apareció Messi para renovar la ilusión de todos los seguidores culés y poner al rojo vivo una Liga que promete un final de infarto.
Mal se veía el partido desde el pitido inicial para los visitantes cuando los blancos presionaron la salida del balón culé, provocaron demasiadas imprecisiones de los azulgrana e incluso se hicieron con la posesión, algo raro de vez en una cita con el Barcelona de por medio. Los chicos de Luis Enrique saltaron como lo hicieron al Parque de los Príncipes o al Juventus Stadium, pero por suerte para sus seguidores, se asentaron con el paso de los minutos. Empezaron a defender con la pelota y llevaron la iniciativa como tanto les gusta. A partir de entonces, Messi hizo el resto.
El diez del Barcelona sabía que se encontraba en un escenario ideal y quiso practicar su fútbol. La Pulga se echó a su equipo a su espalda y bajó hasta el centro del campo recibir el balón. Entraba en juego muy lejos del área rival, pero desde allí fue capaz de provocar la primera amarilla y dos posibles expulsiones que Hernández Hernández no interpretó así. También hizo varias carreras de obstáculos hasta el área rival e iniciar acciones individuales junto al semicírculo local para anotar el tanto del empate.
Antes de que el argentino perforara la meta de Keylor Navas, lo cierto es que los culés se habían quitado la presión madridista con cierto éxito, pero daban numerosas facilidades en defensa que que terminaron con los de Zidane por delante en el marcador. Umtiti siguió las acciones blancas con la mirada, Piqué se vio desbordado ante un eléctrico Cristiano y en las bandas siempre había superioridades para desgracia de Jordi Alba y Sergi Roberto.
Rara vez el Barcelona hacía una salida limpia de balón y los chicos de Zidane lo aprovecharon para ponerse por delante. Cierto es que Ter Stegen ayudó en uno de los pocos errores que tuvo sobre el verde del Bernabéu, pero los fallos en el marcaje hicieron el resto. Marcelo buscó el segundo palo para el remate de Ramos, el de Camas, sólo, se topó con el poste y Casemiro, sólo también, remató a placer.
El inicio del segundo acto fue para los porteros. Ter Stegen frenó el chut de Kroos y el remate de Benzema como si de un portero de balonmano se tratara, y Keylor no se quedó atrás, Alcácer optó por rematar con la derecha cuando tenía todo a su favor con la zurda y el de Costa Rica sacó el pie a pasear antes de abortar un perfecto cabezazo de Piqué y mandó a córner un remate de Luis Suárez en segundo palo tras un regalo de Iniesta.
La cita se volvió preciosa para el espectador, pero odiosa para cualquier entrenador. El mejor partido del mundo pide intensidad, llegadas al área rival, velocidad en el juego y tensión. Sin lugar a dudas, lo tuvo. Ni uno ni otro equipo supo imponerse y el esférico aparecía y desaparecía por cualquier lado del campo sin demasiado sentido.
En medio del caos, Zidane se vio obligado a quitar a Casemiro ante el riesgo de dejar a su equipo con un hombre menos, y la segunda línea culé aprovechó la falta de efectivos madridistas por delante de la defensa para seguir probando a Keylor desde media distancia. Los visitantes se instalaron en la zona de creación, agobiaron la defensa blanca y Rakitic tuvo la oportunidad de armar la pierna para sacarse un perfecto disparo al que no pudo llegar Keylor a pesar de su estirada.
El choque todavía no estaba finiquitado. En el plano deportivo, el Madrid empezó a desesperarse. Llegaba tarde a los balones divididos y se perdía en los metros finales. Por otro lado, los blancos también empezaron a perder la batalla psicológica. Ramos entró con los dos pies y con los tacos por delante sobre Messi y abandonó el campo expulsado. La dura entrada no fue el último regalo del capitán blanco en el verde, también se encaró con Piqué señalando al palco y sacó a los suyos de un partido donde ya no estaba el juego del Madrid. Los blancos pensaban más en polémicas externas al fútbol, en temas que afectan más a la grada que de lo verdaderamente importante, la oportunidad para acabar LaLiga.
Por suerte para el Madrid, Zidane optó por meter a un James que quiso reivindicarse en el mejor escenario posible. El colombiano estaba olvidado, pero recordó a todo el mundo que él no se rinde. Los visitantes se confiaron y el cafetero hizo de las suyas para rematar al fondo de la red un centro de Marcelo al área sin oposición alguna. Busquets no siguió su marca, Rakitic dejó que el brasileño metiera el balón en zona de peligro y el resultado fue que algo más de media Liga se podía quedar en la sala de trofeos de Concha Espina.
El fútbol es así. Impredecible, hermoso, imposible de estudiar y capaz de hacer un giro radicar en cualquier momento. Hay mil factores que afectan a un partido de fútbol, pero Messi es el que más influye. El mejor jugador del mundo es capaz de silenciar a 80.000 personas con un gesto. Con una carrera y con un remate que pone patas arriba al mundo del balón.
Todo estaba acabado, pero el diez azulgrana salió. El Bernabéu vivió una de las noches más mágicas de Leo Messi en el fútbol español y fue testigo de una jugada de excepción. En la última contra del Barcelona, en el minuto típico de Ramos, mandó al fondo de la red el cuero con un perfecto zurdazo tras el pase de Jordi Alba. Llevó la locura, aumentó el caos, sacó sus colores y apretó todavía más la cabeza de LaLiga después de haber visto como Marcelo le 'partía' la cara de forma literal y en las últimas semanas había sido criticado por no dejarse ver en los choques ante la Juventus. Messi nunca desaparece y el Bernabéu, ya lo sabe de primera mano.
Fuente: marca.com
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