El cabo Iván Ramos en el hospital Role 2 de Herat donde fue operado de urgencia tras el accidente
Ese día había amenaza de coche bomba y teníamos que escoltar a un convoy que iba al aeropuerto de Herat. A mí no me tocaba, pero quise ir porque no me hubiese gustado que le pasase nada a ningún compañero. Así que le dije a mi soldado: “Voy yo, te quedas y punto”». Así comienza el relato del que hace cuatro años era cabo en el Ejército de Tierra, Iván Ramos, a quien nunca se le olvidará la fecha del 13 de abril de 2011, el día a partir del cuál comenzaba su verdadera guerra. Y no la de Afganistán en la que estuvo desplegado, sino otra batalla muy distinta que ha tenido que librar –y sigue– en despachos, consultas, tribunales médicos... Porque el cabo Ramos sufrió ese día un accidente que le ha marcado de por vida, hasta el punto de que perdió su condición de militar: «Me ha cambiado la vida totalmente. Me han hundido. Casi mueres por darlo todo por un país que luego te da una patada en las narices y me han cortado mi trayectoria militar». Ese día era uno más para Iván en el avispero afgano. Pertenecía al Mando de Operaciones Especiales (MOE), concretamente al Grupo Caballero Legionario Maderal de Oleaga (GOE XIX), y en el país asiático se integraba en uno de los Equipos Operativos de Mentores y Enlace (OMLT). Por la mañana les habían alertado de que era posible que se produjese un ataque, por lo que el convoy debería ir bien protegido y los militares que lo escoltaban, con mil ojos. Él iba en el último vehículo de tres, un «Lince», en la torre del tirador, cubriendo la retaguardia. Apenas llevaban dos kilómetros recorridos cuando un camión afgano «se tiró hacia nosotros y el conductor trató de esquivarlo, como cualquiera de nosotros hubiera hecho. Dimos dos vueltas de campana y el resultado fue que yo quedé hecho un cromo».
"Me salvaron la vida y tampoco se les ha reconocido"
El paramédico que les acompañaba le practicó los primeros auxilios junto a «mis compañeros, que me salvaron la vida y tampoco se les ha reconocido». Al poco llegaron dos helicópteros Blackhawk americanos que le trasladaron al hospital «Role 2» español de la base de Herat. «Allí me hicieron de todo. Me abrieron en canal porque tenía hemorragia interna debido a que tenía partido el bazo y el riñón izquierdo y me los extirparon, neumotorax, derrame pleural 17 huesos rotos, traumatismo craneoencefálico... me operaron del brazo y la pierna de urgencia, tenía todos los huesos del pie desplazados...», recuerda.
Iván, trasladado a España en un avión medicalizado
Y a los 4 días, a España en un avión medicalizado, «aunque yo no quería –continúa– porque no pensaba que estuviese tan grave y quería terminar mi misión». Pero su batalla no había hecho más que comenzar. Dos meses estuvo ingresado en el Hospital Militar Gómez Ulla donde, asegura, «no se me trató muy bien». Comenzaba a quejarse de problemas que no habían sido tratados: el hombro, la espalda, un derrame en la pierna, tibia y peroné rotos, le descubren una pancreatitis...» , dice. Aun así, con un cuadro médico plagado de dolencias, fue dado de alta tras esos dos meses. Pero ni él ni su propia madre creen que en tan poco tiempo pueda estar recuperado. «Con ese accidente mi hijo no puede estar curado en dos meses, porque estuvo a nada de perder la vida», sentencia su madre, Marisa, que lleva años luchando por su hijo. Dos bolsas repletas de documentos, informes médicos independientes y reclamaciones dan fe de ello. La documentación oficial del Gómez Ulla apenas engorda una carpeta...
Por este motivo deciden ir a una clínica privada para recibir una segunda opinión y allí descubren que la rotura del brazo no ha soldado bien, tiene un hueso más largo de lo normal y hay que reducirlo, líquido en el páncreas... Así que en diciembre de 2011 –recuperado según el Gómez Ulla– vuelve a ser operado del brazo, donde le colocan una placa con siete tornillos, además de quitarle un trozo de hueso.
Disparidad en el grado de incapacidad
Y llega 2012, el momento de enfrentarse a los tribunales médicos. «Yo sabía por otros compañeros, a los que no les habían reconocido lo que les correspondía, que lo que necesitaba era la valoración de otro organismo público, además de la del tribunal militar, para guardarme un as en la manga». Lo hizo y la Comunidad de Madrid le reconoció una discapacidad del 65%, un porcentaje muy superior al del Gómez Ulla, que se quedó en el 24%, esto es, sólo un punto por debajo del mínimo para obtener una pensión. Pero hay más, porque según el citado informe, su incapacidad no es para toda profesión u oficio, es decir, que podría trabajar. «Pero yo no puedo estar mucho tiempo de pie o sentado, ni andando, tengo mermada la memoria, he perdido audición, tengo poca estabilidad...», enumera Iván, quien, además, confirma que durante la evaluación del Ejército no tuvieron en cuenta, «ni sabían porque parecía que no se miraron la historia», que no tenía bazo, la lesión en la espalda o la pérdida de audición, entre otras cosas. Así que pone su caso en manos de un abogado y presenta alegaciones, porque no han tenido en cuenta muchas cosas y vuelve a pasar, dos años después, por la junta médico pericial superior del Gómez Ulla donde, «qué casualidad, me dan un 42% de discapacidad». Este porcentaje ya conlleva una pensión, aunque él la considera insuficiente porque no se le valora el hecho de que sea una discapacidad grave. Ese 42% seguía aún muy lejos del que ese mismo año le reconoce la Comunidad de Madrid tras una nueva valoración: el 75% revisable, pues no está incluida ni la pérdida de audición ni la última operación de espalda (en la que le colocaron una prótesis y varios clavos) a la que se ha sometido hace poco más de un mes, el pasado 3 de marzo, un día después de que el Boletín Oficial de Defensa (BOD) publicara su baja en las Fuerzas Armadas.
"Si hace falta llegaremos a Estrasburgo"
«A mí ni me informaron. Me enteré por un compañero», lamenta este joven que apenas tenía 28 años aquel trágico día y que había estado desde que tenía 18 años en unidades de combate. Según pasa el tiempo se le van acabando las balas, las oportunidades para reclamar lo que lleva años exigiendo, «que se me reconozca lo que me corresponde». Pedirá una nueva revisión y presentarán un recurso que, tal y como les ha dicho su abogado, «desestimarán», por lo que no dudarán en acudir al contencioso. «Y si hace falta llegaremos hasta Estrasburgo».
Pero, sobre todo, Iván no quiere que este calvario que ha tenido que pasar lo sufran otros militares ni ningún miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad: «No lo hago por dinero porque no lo necesito. Es cuestión de dignidad y respeto. Lo que no quiero es que ninguno de mis compañeros ni nadie pase por lo mismo que yo, porque lo he perdido todo. Estar en el Ejército era mi vida, mi familia y, pese a todo, lo sigo amando». Él sabe que no será fácil, pero como ex boina verde que fue, parece que se ha tomado muy en serio una de las máximas guerrilleras: «Prepárate para lo peor, así no habrá sorpresas».
Imagen de Iván pocos días antes del despliegue en Afganistán
Fuente: larazon.es
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